NINE (2009)
Dirección: Rob Marshall
Guión: Michael Tolkin & Anthony Minghella (basado en el musical “Nine” con libreto de Mario Fratti y Arthur Kopit y partitura de Maury Yeston)
Intérpretes: Daniel Day-Lewis, Marion Cotillard, Penélope Cruz, Judi Dench, Fergie, Kate Hudson, Nicole Kidman, Sophia Loren
Fotografía: Dion Beede
Duración: 118 min.
La dirección cinematográfica consiste principalmente en armonizar cuantos elementos participan en la edificación de un proyecto y hacer que todos ellos se constituyan en manifestación externa de la implícita melodía que habita en la historia que se filma. Si además de guiar con autoridad los acordes que construyen dicha pieza visual, el director dota a la misma de su particular sello creativo el resultado entrará sin duda alguna en el exclusivo territorio de la excelencia.
Tras una prestigiosa carrera como director y coreógrafo en Broadway, Rob Marshall se inició en la aventura del cine con la resplandeciente adaptación que hizo para el medio del mítico musical de Kander & Ebb (con libreto de Bob Fosse y de Ebb) “Chicago” (2002). A partir de ahí su brevísima trayectoria cinematográfica se ha saldado con dos nuevas joyas: “Memorias de una geisha” (2005) y este “Nine” cuyos referentes han de buscarse en aquel “Fellini 8 1/2” (1963) del que Mario Fratti, Arthur Kopit y Maury Yeston hicieron en su día una muy personal conversión a teatro musical. Estos tres filmes de Marshall rezuman un exquisito estilo pródigo en exuberancia rítmica y detallada imaginería, en el que cada secuencia no sólo logra integrarse en una perfecta concatenación audiovisual sino que se erige en sí misma como pequeña obra de arte. Es la de Rob Marshall una personalidad artística forjada al amparo del legendario estilo Fosse de quien se le considera sucesor natural (sobre las tablas y en la gran pantalla) aunque no imitador porque es desde la estructura conceptual del maestro desde donde evolucionan sus pasos creativos sin adocenarse en el burdo plagio.
El dominio que el director de “Nine” posee para equilibrar las cadencias interna y externa de las historias que filma aquilata prodigiosamente los engranajes de musicales que como éste y como “Chicago” se hayan estructurados a dos niveles de lectura: el de la realidad y el de la representación de los pensamientos de los personajes. El abismo de la crisis creativa que se abre ante Guido Contini (Daniel Day-Lewis) ese autor mayor del séptimo arte cuya fe en su propio genio se tambalea a la hora de encarar el rodaje de su nuevo film y la variopinta tarantella de figuras femeninas del presente y del pasado que fluyen ante él en su tormento hacen posesión de la pantalla como un colosal festín para la vista, el oído y el intelecto, derivando en una extraordinaria orgía de emociones y reflexiones que tienen como fundamento la estéril autorealización de un talentoso hombre carente de la capacidad de amar. Fantasía y realidad más que darse la mano , se funden en una corriente de hallazgos plásticos que constituyen un todo fascinante y enriquecedor bajo el portentoso ojo avizor de Marshall. En “Nine” vuelve a darse, al igual que sucedía en “Chicago”, eso tan aventurado que es la composición maestra de cada número musical sin que por ello se resienta la continuidad de la acción dado que Rob Marshall traza el recorrido de su película en base a una gozosa montaña rusa de álgidos instantes y momentos de melancolía y tenso reposo, conjuntándolos entre sí con brillantez notoria y respetuoso aliento felliniano.
Coordinar la volcánica comicidad de Penélope Cruz (la amante), la acuosa aflicción de Marion Cotillard (la esposa), la afilada agudeza de Judi Dench (la confidente), el magnético exceso sexual de Fergie (el primer objeto de deseo), la juguetona picardía de Kate Hudson (la tentación), la magnética frialdad de Nicole Kidman (la musa), y la mayestática figura maternal de Sophia Loren (la madre) entre sí y con la atormentada pero muy comedida espiral interpretativa de la que tan airoso sale Daniel Day-Lewis, supone un ímprobo trabajo que el director de “Nine” aprueba con matrícula de honor. Es de justicia destacar asimismo la magnitud que tienen la fotografía del australiano Dion Beebe como en él es habitual (“Holy Smoke” (1999), “Chicago”, Oscar por “Memorias de una geisha”) y el abrumador montaje de Claire Simpson y Wyatt Smith.
En “My husband makes movies”, una de las dos canciones que Luisa Contini (Marion Cotillard) dedica a su marido en el film dice en una de sus estrofas: My husband makes movies-to make them he lives a kind of dream (Mi esposo hace películas, para ello vive una especie de sueño). Gracias a Rob Marshall todos podemos vivir sueños como “Nine” no deseando despertarnos hasta que haya realizado su siguiente obra.
Dirección: Rob Marshall
Guión: Michael Tolkin & Anthony Minghella (basado en el musical “Nine” con libreto de Mario Fratti y Arthur Kopit y partitura de Maury Yeston)
Intérpretes: Daniel Day-Lewis, Marion Cotillard, Penélope Cruz, Judi Dench, Fergie, Kate Hudson, Nicole Kidman, Sophia Loren
Fotografía: Dion Beede
Duración: 118 min.
La dirección cinematográfica consiste principalmente en armonizar cuantos elementos participan en la edificación de un proyecto y hacer que todos ellos se constituyan en manifestación externa de la implícita melodía que habita en la historia que se filma. Si además de guiar con autoridad los acordes que construyen dicha pieza visual, el director dota a la misma de su particular sello creativo el resultado entrará sin duda alguna en el exclusivo territorio de la excelencia.
Tras una prestigiosa carrera como director y coreógrafo en Broadway, Rob Marshall se inició en la aventura del cine con la resplandeciente adaptación que hizo para el medio del mítico musical de Kander & Ebb (con libreto de Bob Fosse y de Ebb) “Chicago” (2002). A partir de ahí su brevísima trayectoria cinematográfica se ha saldado con dos nuevas joyas: “Memorias de una geisha” (2005) y este “Nine” cuyos referentes han de buscarse en aquel “Fellini 8 1/2” (1963) del que Mario Fratti, Arthur Kopit y Maury Yeston hicieron en su día una muy personal conversión a teatro musical. Estos tres filmes de Marshall rezuman un exquisito estilo pródigo en exuberancia rítmica y detallada imaginería, en el que cada secuencia no sólo logra integrarse en una perfecta concatenación audiovisual sino que se erige en sí misma como pequeña obra de arte. Es la de Rob Marshall una personalidad artística forjada al amparo del legendario estilo Fosse de quien se le considera sucesor natural (sobre las tablas y en la gran pantalla) aunque no imitador porque es desde la estructura conceptual del maestro desde donde evolucionan sus pasos creativos sin adocenarse en el burdo plagio.
El dominio que el director de “Nine” posee para equilibrar las cadencias interna y externa de las historias que filma aquilata prodigiosamente los engranajes de musicales que como éste y como “Chicago” se hayan estructurados a dos niveles de lectura: el de la realidad y el de la representación de los pensamientos de los personajes. El abismo de la crisis creativa que se abre ante Guido Contini (Daniel Day-Lewis) ese autor mayor del séptimo arte cuya fe en su propio genio se tambalea a la hora de encarar el rodaje de su nuevo film y la variopinta tarantella de figuras femeninas del presente y del pasado que fluyen ante él en su tormento hacen posesión de la pantalla como un colosal festín para la vista, el oído y el intelecto, derivando en una extraordinaria orgía de emociones y reflexiones que tienen como fundamento la estéril autorealización de un talentoso hombre carente de la capacidad de amar. Fantasía y realidad más que darse la mano , se funden en una corriente de hallazgos plásticos que constituyen un todo fascinante y enriquecedor bajo el portentoso ojo avizor de Marshall. En “Nine” vuelve a darse, al igual que sucedía en “Chicago”, eso tan aventurado que es la composición maestra de cada número musical sin que por ello se resienta la continuidad de la acción dado que Rob Marshall traza el recorrido de su película en base a una gozosa montaña rusa de álgidos instantes y momentos de melancolía y tenso reposo, conjuntándolos entre sí con brillantez notoria y respetuoso aliento felliniano.
Coordinar la volcánica comicidad de Penélope Cruz (la amante), la acuosa aflicción de Marion Cotillard (la esposa), la afilada agudeza de Judi Dench (la confidente), el magnético exceso sexual de Fergie (el primer objeto de deseo), la juguetona picardía de Kate Hudson (la tentación), la magnética frialdad de Nicole Kidman (la musa), y la mayestática figura maternal de Sophia Loren (la madre) entre sí y con la atormentada pero muy comedida espiral interpretativa de la que tan airoso sale Daniel Day-Lewis, supone un ímprobo trabajo que el director de “Nine” aprueba con matrícula de honor. Es de justicia destacar asimismo la magnitud que tienen la fotografía del australiano Dion Beebe como en él es habitual (“Holy Smoke” (1999), “Chicago”, Oscar por “Memorias de una geisha”) y el abrumador montaje de Claire Simpson y Wyatt Smith.
En “My husband makes movies”, una de las dos canciones que Luisa Contini (Marion Cotillard) dedica a su marido en el film dice en una de sus estrofas: My husband makes movies-to make them he lives a kind of dream (Mi esposo hace películas, para ello vive una especie de sueño). Gracias a Rob Marshall todos podemos vivir sueños como “Nine” no deseando despertarnos hasta que haya realizado su siguiente obra.

¿Puede la considerada (por sí misma) crítica seria alabar las excelencias de una cinta musical (género frívolo y facilón por excelencia para los más sesudos) con un reparto plagado de estrellas, traslación de un éxito de Broadway inspirado en un título del sacrosanto (paradójico adjetivo para alguien como él) Federico Fellini (cineasta maravilloso, creador de todo un mundo y de una forma de vivir, pensar y conducirse por la vida que se califica directamente con su apellido porque, al ser tan novedoso y propio, no existe un adjetivo que resulte adecuado y definitorio)? La respuesta es muy clara: un solemne, autoritario y recargado NOOOOOOO.
ResponderEliminarY lo malo es que algunos acusan a Marshall de sacrílego tanto en lo que se refiere al género de "Nine" como al autor de la "Ocho y medio" inspiradora, obviando o desconociendo las huellas que sigue o los referentes que utiliza. Aunque no es necesario para dejarse envolver por la fuerza de las imágenes y disfrutar con su visionado, todo el que lleve revisitada (o vista por primera vez -hay muchos que hablan sin conocer, cacareando lo que otros han dicho-) la película que valió a Fellini su tercer Oscar de la Academia disfrutará con los guiños, las evocaciones, la forma en que "Nine" es un perfecto catálogo del universo felliniano sin quedarse en burda imitación o en un "quieroynopuedo" puesto que Rob Marshall va mucho más: encuentra su propia forma de expresión sin negar el pan y la sal (como hacen tantos llamados creadores) a sus maestros. Y ahí llegamos al otro punto de fricción: él viene de las tablas, de lo inmediato, de lo cercano, de lo que el espectador percibe sin filtros ni barreras y logra (como ya hiciera el gran Bob Fosse, del que tanto aprendió en ambas expresiones artísticas -cine y teatro-) que la cámara nos sumerja en esa sensación porque todo fluye con la velocidad de lo que sucede en el escenario, con vitalidad, con electricidad, con carnalidad, con verdad.
(sigue después)
Daniel Day Lewis encarna a la perfección el personaje amedrentado por sus obsesiones, anulado artísticamente por el peso de su nombre, camuflado patéticamente en mentiras que nadie cree lo que le lleva a enfangarse cada vez más en su patetismo, viviendo entre ensoñaciones, recuerdos, ausencias, nostalgias y sale más que airoso del complicado cometido. Junto a él, una nómina de parteneires que quita el hipo: Marion Cotillard consigue sobrevolar por cada fotograma con ese dolor asumido pero lacerante, derrotada por el cariño pero decidida a no humillarse más, sostén del genio que sin ella cerca se siente miserable y yermo; Penélope Cruz es fuego en su número musical y divertida en su torpeza y miopía ante la vida en sus intervenciones con diálogo; Judi Dench vuelve a dejar claros sus empaque, señorío y dominio de la escena (¡Cuantos significados en cada mirada! ¡Cuánta elegancia en sus movimientos y palabras! ¡Cuánta clase destila ese "Folies Bergere" que ella convierte en oro!); Sofia Loren pasea por la escena, censura tiernamente, se mantiene en un segundo plano y consigue hipnotizarnos; Kate Hudson, para fortuna suya y de los espectadores, demuestra cada vez más que los genes de mamá Goldie Hawn hacen acto de presencia sin que ello siginifique que pretende imitarla; Nicole Kidman sintetiza algunas de las divas que en el cine de Fellini han sido y logra aparecer etérea, intangible, como si fuese mentira, algo inaprensible para Guido Contini (el rol asumido por Day Lewis); Fergie es carne, sexo, sudor, cosquilleos infantiles que ansían ser adultos, probar los placeres, acometiendo con furia y contundencia un número musical ("Be italian") que está a punto de poner en pie al público.
ResponderEliminarSin alardes, pirotecnias ni artificios, Rob Marshall apuntala un espléndido espectáculo que armoniza todos sus ingredientes sin pretender epatar o contentar: sólo divertirnos, entretenernos, envolvernos, hacernos olvidar lo que ocurre fuera de la sala. Y, mientras tanto, muchos bostezan con "Up in the air" o "En tierra hostil" pero, claro, no pueden decirlo para seguir sintiéndose parte de un club selecto (o eso piensan ellos -lo de selecto, quiero decir-).